El conflicto es una realidad de la vida. Ya existía cuando nos pintábamos de azul y vivíamos en cavernas, y seguirá estando con nosotros hasta que nuestro planeta finalmente se desintegre en el vacío celeste.
Lo que realmente importa es cómo resolverlo. ¿Acudimos a los tribunales -o al campo de batalla- para dirimir nuestras diferencias con los demás? ¿O buscamos otros medios para resolver nuestras disputas: medios que sean más rápidos más baratos y menos corrosivos para nuestros nervios, relaciones y recursos?
Había una época en que la respuesta era obvia. Acudíamos a los ancianos de la tribu, y les pedíamos que decidieran con su sabiduría lo que estaba bien y lo que estaba mal en nuestras disputas. Sus dictámenes eran simples y, aunque pudieran no gustarnos, seguramente los aceptábamos.
Esa tradición se mantiene en nuestros tribunales y nuestro sistema jurídico. Seguimos recurriendo a hombres y mujeres sabios para que dictaminen sobre nuestros asuntos Lamentablemente, nuestro sistema va a estallar a menos que aliviemos algunas de las presiones que soporta. Se trata sencillamente de que la sociedad moderna genera demasiados conflictos, y demasiada complejidad, para que puedan resolverse todos en los tribunales. Como dijo recientemente un abogado amigo: "Los tribunales se han convertido en un depósito de disputas".
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